Amordazar
la memoria de la resistencia antifascista ha sido una constante desde
el inicio de la transición, incluso podríamos decir que fue una
necesidad ineludible si tenemos en cuenta que la impunidad del
franquismo forma parte de la fórmula que sostiene el actual régimen
monárquico. La suerte de la lucha por la memoria en estos años es
conocida: desde abajo, pese a todo las contrariedades, desde la
ciudadanía se ha luchado contra aquel pacto de silencio y olvido en un
combate que sigue todavía y que tiene la Tercera República como objetivo
y al que la mal llamada Ley de Memoria ha intentado frenar.
Uno de
los frentes abiertos es el cine documental, donde en ocasiones algunos
autores logran vencer las sutiles —o no tanto— formas de censura con las
que nuestra flamante democracia intenta ponerle puertas al campo de la
memoria.
En 2009, el director de cine y guionista Falconetti Peña
ha estrenado el documental «Causa 661/52. La insolencia del condenado».
Se trataba en el proyecto original de narrar la historia de la
agrupación guerrillera de las Sierras de Málaga y Granada entre 1939 y
1951, a través de la figura del que fuera su comandante, el militante
comunista Ricardo Beneyto Sapena, veterano oficial del Ejército Popular
Regular (EPR) de la República Española, comisario jefe de las fuerzas
blindadas del Ejército del Centro durante la Guerra Civil. Hasta aquí la
historia de este documental podría ser la misma de las decenas de
documentales que se han realizado al amparo de las diversas subvenciones
públicas con las que se está «apoyando» la recuperación de la memoria
histórica, sin embargo el proyecto del director era algo más ambicioso.
Beneyto asumió el intento de organizar la resistencia de los cientos de
guerrilleros y enlaces que en las serranías granadina y malagueña
mantenían la lucha antifascista desde 1939, una historia terrible y
dura, llena de heroísmo en la que la muerte y la traición fueron las
únicas armas que pudieron vencerles. Por emplear las palabras del
director, el documental pretendía encontrar explicación a por qué
cientos de campesinos andaluces escogieron «morir de pie» antes que
rendirse. Peña decidió no limitar su relato al pasado. A partir de ahí
empezaron los problemas.
Granada es una provincia donde los
poderes tradicionales, la oligarquía agraria andaluza y su red de
complicidades sociales actual, es más visible todavía hoy: la masacre de
la Guerra Civil no es algo ajeno a ello. Una fiesta oficial en la
capital, la llamada
Fiesta de la Toma, se celebra cada año para
conmemorar la conquista del antiguo reino nazarí de Granada y el fin de
la Reconquista. Desfilan las tropas de la guarnición, se enarbolan los
antiguos guiones y banderas y se remata todo con una misa solemne en la
catedral con la presencia de militares, eclesiásticos, aristócratas,
representantes de los poderes públicos —alcaldía, diputación, delegación
del gobierno, Junta de Andalucía— con lo más selecto de la sociedad
granadina; desde hace algún tiempo se suma también la extrema derecha
granadina que ese día rescata los yugos y las flechas y elevan los
brazos a la romana jaleando el paso de los soldados y soltando su
mensaje de odio a inmigrantes, moros y rojos. El director decidió
incluir algunas imágenes de esta vistosa celebración de memoria
histórica con algunos siglos de tradición; ahora bien,
«el documental [que intentaba]
retratar la memoria política de unos campesinos que lucharon contra Franco, consideraba [también]
interesante retratar la memoria política de la oligarquía de Granada, ver que quedaba en su memoria de esa represión».
El documental se realizó pese a todo y el director lo envió a la
productora andaluza «bien situada» que lo había apoyado. La reacción fue
brutal.
Lo relató el propio F. Peña: en la copia final se incluyeron las imágenes de la
Fiesta de la Toma y, finalmente,
«acabo
el montaje y lo mando a Sevilla, y la productora lo ve y pone el grito
en el cielo; me dice que no viene a cuento, directamente, y que
estéticamente no tiene interés y les digo que no tendrá interés para
ellos pero para mi sí». La oposición al documental fue frontal. Añade Peña:
«Durante
meses, el autor montó, desmontó, cortó, pegó, conspiró y amenazó
buscando una salida y al final se quedó sin documental». ¿Motivos? Tardó en descubrirlo. Sigue el director con la narración del boicot sufrido:
«Y cuando pasa a Canal [—nombre velado con un pitido—]
ya la cosa se pone aún más fea (…) me dicen que vaya limpiando el
asunto y yo no me explico porqué. A ver ¿Por qué? Hasta que un amigo
viendo conmigo el montaje, me dice [que]
es que uno de los personajes que más has retratado en [tus imágenes de]
la toma, uno de los personajes centrales, es precisamente un alto cargo del PSOE. Y yo no lo sabía».
El
resultado fue el embargo del documental original. Peña no se rindió,
logró rescatar legalmente parte del material filmado y junto con
imágenes extra y un nuevo guión y montaje, le dio la vuelta a la
situación y consiguió acabar y estrenar una nueva obra, titulada «Causa
661/52. La insolencia del condenado».
Causa 661/52 fue el nombre
judicial del proceso al comandante guerrillero Ricardo Beneyto y sus
compañeros. Detenido en 1947, Beneyto logró ocultar su verdadera
identidad durante años, siendo procesado por otros cargos. En 1956,
finalmente, la delación de un traidor que creyó con ella poder salvar su
propia vida, le llevó ante un piquete de ejecución. Beneyto cayó dando
un viva al partido comunista, en un extraordinario ejemplo de honradez y
dignidad antifascista.
El documental desarrolla paso a paso la
odisea de algunos de aquellos guerrilleros y sus enlaces del llano, los
patriotas antifascistas, civiles que en sus casas ayudaban a la
resistencia. En las serranías de Granada y Málaga lucharon y cayeron
bajo las balas fascistas más de 300 guerrilleros entre 1939 y 1956, pero
el número de civiles, hombres, mujeres y niños, los enlaces, que
resultaron muertos, encarcelados y torturados fue mucho mayor, superando
las dos mil personas. Una lucha feroz en la que cayeron igualmente sea
en combate o ajusticiados en esas dos provincias y según datos militares
franquistas, 80 guardias civiles, 65 soldados y oficiales (tabor de
regulares
Alhucemas 5, Regimiento de infantería
Nápoles 24 y Policia Armada en campaña) y 73 falangistas y colaboracionistas diversos
La
factura, montaje y ritmo del documental son excelentes; el desarrollo
del tema es progresivo y varias líneas argumentales se entrecruzan
manteniendo así la tensión. Uno de los testimonios más importantes es el
de un veterano superviviente de lo que se llamó la gran travesía, una
retirada de cientos de kilómetros que llevó desde las montañas de
Granada hasta Francia a los últimos seis supervivientes de la Agrupación
Guerrillera que nunca fueron ni vencidos ni capturados. Dando la contra
se escucha también la versión de un oficial fascista que da detalles de
la lucha y represión desde el punto de vista franquista, una lucha en
la que la delación, la traición y la tortura y la muerte fueron
fundamentales.
La historia de los guerrilleros de Granada y Málaga
va generando más y más interrogantes. ¿por qué mantenían la lucha?
¿Quienes eran? ¿cuál era la estrategia del PCE que estaba detrás de la
lucha guerrillera? Y entre las preguntas surgen las dudas: ¿cuál fue el
papel de Santiago Carrillo en los años de la guerrilla, primero, y en
los de la Transición, después?
Cuando «Causa 661/52» entra en
diálogo con el presente y se contrapone la terrible historia del pasado
con los discursos de la transición, el documental gana en profundidad.
Ya no es un documental como tantos otros, con testimonios más o menos
valiosos, pero dispuestos como partes de un camino que no lleva a
ninguna parte. No es el caso. Aquí se intenta reflexionar seriamente
sobre las contradicciones que la Transición ha supuesto y que han
llevado a la impunidad del franquismo y al olvido sistemático de la
historia de la resistencia antifascista.
El sociólogo y profesor
de la Universidad de Granada, José Antonio Fortes, explicita en sus
intervenciones en el documental, algunas de las claves que explican el
carácter estupefaciente de muchas actuaciones en pro de una supuesta
«recuperación de la memoria histórica». Fortes lo dice claramente: el
sistema soporta los acercamientos en clave sentimental o histórica, pero
no en clave de análisis político. La memoria histórica es un campo de
batalla de la lucha de clases y el aplastamiento criminal, genocida, de
la resistencia armada republicana, de la lucha proletaria y hasta de la
burguesía republicana por la reacción y el fascismo, es algo que no
puede ser explicitado: el bloque de poder actual no lo soporta, sus
relaciones con el pasado fascista son demasiado fuertes. Ese
aplastamiento de la resistencia antifascista fue, además, en todos los
ordenes, militar, pero también económico, cultural, ideológico con unas
consecuencias que duran hasta el presente, quienes intenten así decirlo
serán acusados de «radicales, intransigentes», etc.. Fortes es claro y
conciso en sus intervenciones en el documental, ofreciendo una luz
interpretativa que está ausente en casi todas las obras de este tipo.
Poco
a poco, la historia de lucha a muerte en las nevadas sierras granadinas
se convierte en una colección de interrogantes sobre la transición.
Olvido, impunidad, traición, pero también algunas continuidades
inquietantes: el padre del General Galindo fue un guardia civil
enfangado en toda la sangre y la muerte de aquella lucha, en el
documental se nos recuerda como este triste papel fue heredado por el
hijo, quien asciende a general por decisión del gobierno de Felipe
González sin que su implicación en los crímenes del GAL en los años 80
les aconsejara lo contrario.
Con todo, la búsqueda de respuestas a
las preguntas y dudas que la investigación ha planteado lleva al
director a buscar el análisis de Gregorio Morán, autor de
«El precio de la transición» y
«Grandeza y miseria del Partido Comunista de España».
Moran interviene con contundencia, denunciando la miseria moral de
Santiago Carrillo en su papel de secretario general del PCE y su
actuación tanto en aquellos años como en la transición. La realidad de
la resistencia armada guerrillera planteaba a la dirección del PCE un
serio problema: fuese para mantenerla o fuese para ordenar su cese y
retirada a Francia una vez conocida la imposibilidad de una intervención
aliada en España posteriormente a 1945. En ambas cuestiones, la
dirección fracasó y las preguntas se agolpan. ¿Cómo fue posible tal
sacrificio de buenos militantes, de tantos cuadros veteranos? ¿Qué
ordenes se dieron entre 1946 y 1950 para reconducir la situación? Morán
afirma que tras la entrevista con los yugoslavos para solicitar ayuda
militar para la guerrilla de Levante, en la famosa reunión en Moscú
entre Stalin y la dirección del PCE, Stalin no exigió abandonar nada.
Como se recordará, pues es algo muy citado, supuestamente Stalin
aconsejó —es decir, hubiese ordenado de ser así—, abandonar la opción
guerrillera y poco menos que infiltrarse en los sindicatos verticales, y
en la sociedad civil española del momento, etc. La dirección
carrillista siempre defendió esta versión del supuesto mandato de Stalin
de abandono de la lucha guerrillera y poco menos que le acusa de haber
sido el inspirador de la política de «reconciliación nacional». Según
Morán esto no es cierto. Stalin se reunió con Carrillo y Dolores
Ibarruri para insinuarles que había problemas con los yugoslavos, que no
mantuvieran esos contactos y que tuvieran paciencia en la política
española, les ofreció apoyo político y económico para el mantenimiento
del partido y poco más. En ningún caso, ironiza Morán, les dijo que «se
afiliaran a la HOAC o a las juventudes católicas», como cierta
hagiografía carrillista ha llegado a plantear.
Pero si se acude a
Gregorio Morán o a ciertas imágenes actuales se debe a la necesidad de
aclarar una cuestión: hay un hilo conductor entre el sacrificio de la
guerrilla y las renuncias de la transición: en ambas cuestiones está
presente Santiago Carrillo.
«Causa 661/52» se encamina a su final y
las preguntas sin respuesta se acumulan. Peña ha intentado con plena
honradez buscar los porqués de esta historia y comprender cómo es
posible que la memoria histórica de la resistencia antifascista esté
encontrando tantos enemigos en la actualidad. Estas dudas e
interrogantes son casi lo mejor del documental, pero Falconetti Peña
tiene muy claro que el sacrificio y la honradez de aquellos combatientes
antifascistas, aquellos campesinos andaluces que escogieron morir de
pie antes que rendirse, son los verdaderos héroes a los que se ha de
rendir homenaje y de quienes se puede aprender para las luchas del
presente. Quienes les traicionaron entonces o ahora, lo hicieron por
salvar sus vidas o sus privilegios y son quienes no desean que se abra
paso la memoria histórica antifascista.
El director lo tiene claro y concluye:
«Durante
casi tres años el autor luchó con la productora (…) sin comprender que
los auténticos vencedores ya no necesitaban banderas ni águilas, para
asesinar la memoria». Con «Causa 661/52», no lo han logrado, el
documental se ha estrenado, se está difundiendo y está siendo empleado
para hacer preguntas y buscar respuestas: el carrillismo, el PSOE, la
transición y todas las complicidades con el fascismo quedan malparadas,
todo un logro. Falconetti Peña ha marcado un camino que otras obras de
este tipo deben seguir; su documental no es perfecto, nada lo es, pero
resulta completamente honrado en su planteamiento y valiente en su línea
argumental. La lucha continua.
PLATAFORMA DE CIUDADANOS POR LA REPÚBLICA